martes, 16 de febrero de 2016

El filósofo bajo sospecha

Muy a menudo (más a menudo de lo que ocurre, por ejemplo, con los ingenieros) nosotros, los filósofos, nos vemos en la necesidad de explicarle a otros lo que es la filosofía y lo que hacemos como filósofos (pese a que, por ejemplo, yo nunca he terminado de entender lo que es la ingeniería y lo que hace un ingeniero). Cuando esto ocurre, una de dos cosas puede estar pasando por la mente de quien pregunta:
  1. Su interés es genuino: esta persona no sabe lo que es la filosofía ni lo que es un filósofo, y quiere que tú se lo expliques.
  2. Su interés es inquisitivo: esta persona tiene una idea de lo que es la filosofía y lo que hace un filósofo, y quiere ver si tu respuesta satisface o no sus expectativas.
Tengo la impresión de que la existencia de esta segunda categoría es algo bastante propio del quehacer filosófico: nadie le pregunta a un ingeniero, abogado, futbolista, artista o cajero de supermercado qué es eso a lo que se dedica, a menos que realmente no lo sepa. Incluso con los artistas uno podría dudar de su calidad como artista, pero en general nadie dudaría de que sea un artista. Los filósofos no parecemos gozar de dicha garantía: por razones que no hemos terminado de comprender, existen muchas personas que dudan de entrada de nuestra propia capacidad y competencia para reconocernos como lo que somos y para identificarnos con lo que hacemos. ¿Por qué ocurre esto?

Me parece que hay al menos tres respuestas correctas, o cuanto mucho plausibles, a esta pregunta:
  1. Existe un disenso general en torno a lo que es la filosofía, entre los mismos filósofos. Es decir, si los mismos filósofos no logran ponerse de acuerdo acerca de qué es la filosofía, ¿cómo vamos a confiar en su propio criterio para decidir si ellos lo son o no?
  2. Existen algunas personas que, aunque no son filósofos, quisieran ser considerados filósofos. Esto asume que el apodo de filósofo de alguna manera reviste alguna clase de dignidad especial a la que algunas personas aspiran sin tener méritos suficientes, y que por lo tanto intentan suplantar.
  3. Negarle a una persona el que sea un filósofo, si él mismo se considera tal, es, de alguna manera, socialmente violento.
La primera respuesta mana del sentido común e implica que toda persona que se presente a sí misma como un filósofo de alguna u otra manera estará comprometiendo su propia subjetividad en tal juicio: "ah, lo que pasa es que de acuerdo con tu definición de lo que es la filosofía, tú eres un filósofo". De ahí se extrae la conclusión falaz de que, dado que tú eres un filósofo para ti mismo, luego no puedes hacerte llamar filósofo en sentido objetivo. El error obvio está en que si aceptamos que los filósofos disienten en torno a qué es la filosofía, ello implica que son filósofos en primer lugar (¡en algún sentido!).

Los que, por otra parte, creen que hay alguna clase de dignidad especial en ser llamado filósofo, naturalmente querrán una confirmación externa de una autoridad más competente que tú, para que confirme que realmente eres un filósofo. Esto porque siempre puede resultar que estés suplantando a un filósofo, es decir, que estés haciéndote pasar por uno.

La tercera respuesta, que a primera vista puede parecer la menos intuitiva, es realmente la que está más arraigada en el público en general. Siempre me ha llamado la atención que muy poca gente ponga en duda la autoridad de un médico en discusiones relacionadas con la salud, y sin embargo nadie esté dispuesto a aceptar su incompetencia en algún tema que un filósofo diga manejar al revés y al derecho. Esto porque la filosofía, a diferencia de la medicina, de alguna manera está democratizada, es decir, todas las personas se sienten con el derecho de que sus intuiciones filosóficas sean correctas. Desde este punto de vista, decirle a una persona que "está mal" en un asunto filosófico es políticamente incorrecto, y por ende nadie puede gozar del título de filósofo más que otro: "todos somos más o menos filósofos".
"Filósofo meditando" - Rembrandt

Durante mucho tiempo he intentado comprender a qué se debe la emergencia de estas tres (falsas) creencias. Aunque sigo pensando que puede haber varias razones, he llegado a la conclusión de que responden principalmente a una profunda incomprensión acerca de lo que es la filosofía en primer lugar, es decir, al margen de lo que cada filósofo tenga para decir de ella.

Pablo Contreras y Alfonso Pizarro se refirieron en un breve pero iluminador artículo (link aquí) a lo que allí diagnosticaron como el complejo de superioridad-inferioridad de los filósofos: inferioridad, porque (como todos sabemos) es un trabajo mal pagado y de impacto social relativamente ambiguo, y superioridad, porque de alguna u otra manera hemos alimentado el mito de que se trata de una ocupación que goza de una dignidad especial, distinta a cualquier otra. Esta dialéctica de la inferioridad-superioridad es bastante intuitiva y pienso que tiene una explicación muy simple: precisamente porque sabemos que estamos ocupados en un rubro muy poco rentable y con baja credibilidad pública (complejo de inferioridad), cuando una persona nos pregunta (genuinamente) qué es la filosofía, tendemos a dar respuestas grandilocuentes que en cierta medida ayuden a justificar el por qué escogimos dedicarnos a esto y no a otra cosa (dando origen al complejo de superioridad). Comenzamos entonces con cosas rimbombantes como: "la filosofía es el amor por la sabiduría", "nosotros los filósofos pensamos los problemas fundamentales, aquellos que todas las demás disciplinas dejan de lado", "nosotros investigamos las causas últimas de todas las cosas, no sólo su apariencia, como los científicos", "la filosofía es la búsqueda profunda de los sentidos absolutos de la realidad y la existencia", etc. Ante afirmaciones como éstas, no cabe duda alguna de que la gran mayoría de las personas se verían interesadas en saber más acerca de la filosofía, pero de inmediato darían el paso en falso: "Espera un momento... si la filosofía es algo tan importante, ¿estás seguro de que tú (vamos, ) te ocupas en esto?" Y en ese momento el filósofo se pone su propia soga al cuello: "Bueno, se hace el intento con la secreta esperanza de algún día llegar a decir algo nuevo y original en esta ardua y noble empresa que lleva siglos desenvolviéndose". "Ah, pero entonces no eres un filósofo todavía; eres un aspirante a filósofo. Y si tú sólo eres un aspirante a filósofo, ¿por qué yo no puedo serlo?"

El arma mortal con la que más a menudo los mismos fílósofos herimos nuestra imagen pública es la palabra filosofía. En efecto, pocas cosas nos han hecho tanto mal social como el famoso "amor a la sabiduría". Nadie tiene problemas para aceptar su ignorancia en tal o cual asunto, pero lo opuesto a ser un "sabio" es ser un "tonto", y nadie quiere reconocerse como un tonto. Si la filosofía es, lisa y llanamente, "amor a la sabiduría", entonces todos somos filósofos, y en esto incluso los filósofos más insignes tendrían que estar de acuerdo, porque como escribió Aristóteles, "todos los seres humanos por naturaleza desean saber". Por lo tanto, abandonar el intento de salvar la etimología de la palabra filosofía es un muy buen primer paso para llegar a caracterizar lo que ella es. En este punto es necesario puntualizar lo siguiente: hay palabras que provienen del griego (como biología, el "estudio" (lógos) de la "vida" (biós)), pero muy pocas de ellas son palabras griegas. La palabra biología es un neologismo construido en el siglo XIX para llamar a la naciente ciencia de la vida, usando raíces griegas porque es más bonito; pero la palabra filosofía es la misma desde el siglo V antes de Cristo, por lo tanto, su uso es muchísimo más ambiguo y su significado está mucho más contaminado que el de otras disciplinas.
"El pensador" - Rodin

Problema similar encontramos cuando decimos que la ocupación del filósofo es "pensar": si decimos que la filosofía es lisa y llanamente el ejercicio del pensamiento, entonces es tremendamente violento decirle a alguien que no es un filósofo, porque es como decirle que no acostumbra pensar, o que no sabe pensar, o que no piensa bien. Parece increíble, pero hay filósofos que sostienen esta opinión y la defienden: sin ir más lejos, Eduardo Carrasco, profesor de filosofía en la Universidad de Chile y miembro fundador del conjunto Quilapayún, hacía esta escandalosa afirmación en el curso de Introducción a la Filosofía, al menos en el año en que yo lo cursé. Una versión menos violenta pero perfectamente inservible es decir que el filósofo se dedica sólo a pensar. ¿Qué puede ser menos interesante y más inútil que sentarse sólo a pensar todo el día?

Después de la palabra, la otra fuente de confusiones suele ser la manera en que caracterizamos nuestros problemas. Cuando decimos que la filosofía se hace cargo de meta-problemas, preguntas últimas, o causas primeras, es un error habitual creer que esto implica que dichos problemas son más importantes que los otros. El adjetivo "fundamental", por ejemplo, significa ambiguamente tanto "que está en el fundamento de algo" (el sentido que nosotros usamos cuando llamamos así a nuestros problemas) como "que es más importante, o más valioso, que todo lo que sigue" (uso popular entre los políticos, cuando hablan de los "objetivos fundamentales" de su programa de gobierno). Suena, por tanto, innecesariamente pretencioso decir que la filosofía se encarga de los "problemas fundamentales", incluso cuando en el primer sentido de "fundamental" esto pudiera ser cierto.

Estas son razones que explican, hasta cierto punto, porqué la gente siente desconfianza de lo que los filósofos tienen para decir de sí mismos: si es una disciplina tan importante como dicen (superioridad), ¿porqué la sociedad los toma tan poco en cuenta? (inferioridad). La respuesta obvia (falsa, por lo demás) es la menos apropiada: porque todos los demás mortales son necios y se han negado a escuchar la voz de la razón, que es la voz de la filosofía y sus voceros (por supuesto), los filósofos.

Pero hay, además, otro fenómeno que es igual de habitual y es necesario considerar. Una vez, hace un par de años ya, un hombre de alta sensibilidad artística y profundo desprecio por las actividades académicas me dijo: "Así que estudias filosofía. Mira tú, ¿y de verdad crees que la filosofía se puede estudiar?" ¡Pero claro que sí, imbécil! ¿No te estoy diciendo que estoy estudiando filosofía? Por supuesto no fue eso lo que le dije en ese momento (no soy así de violento), pero se me pasó por la mente. Nótese cómo la pregunta de él suena perfectamente razonable, hasta profunda, cuando se refiere a la filosofía. Sin embargo, cobra un matiz casi ridículo cuando cambiamos de disciplina: "Así que estudias medicina. Mira tú, ¿y de verdad crees que la medicina se puede estudiar?"

¿Porqué con la filosofía parece sensato creer que no se puede estudiar, pero no con la medicina? La respuesta más sensata es que socialmente existe un criterio para decidir si un médico es buen médico o mal médico, a saber, si salva a sus pacientes o éstos tienen la mala (pésima) costumbre de morirse en el tratamiento. El filósofo no parece contar con esa garantía: la gente ("la gente") no sabe lo que es ser un mal filósofo, razón por la cual parece ser que cada filósofo es igual de bueno o igual de malo que cualquiera. Pero esto es porque la gente no sabe lo que es la filosofía, y por lo tanto no tiene idea de lo que es una buena filosofía o una mala filosofía (en muchos sentidos ser prisionero de un mal pensador es tan nefasto como seguir un mal tratamiento médico; la gente concurre a curanderos y muere, casi con la misma frecuencia como la gente lee a pensadores baratos, les cree, y en consecuencia echa a perder su capacidad crítica y buen juicio). Pero es precisamente porque existe la mala filosofía que la buena filosofía existe, en el mismo sentido que la medicina como disciplina se abrió paso a través de la historia justamente para combatir no sólo a las enfermedades, sino también a los malos tratamientos contra ellas: famosa es la historia de Paracelso, el médico que descubrió que ingerir metales podía tener efectos curativos, pero por las razones incorrectas; heredero de las tradiciones mágicas y astrológicas, el iluminado padre de la medicina moderna abusó en muchos casos de las dosis y mató a más pacientes de los que salvó, pero sentó el precedente de una idea que hoy en día está a la base de la farmacología como la conocemos.

La gente cree que la filosofía son aquellas creencias acerca de la trascendencia, la inmortalidad del alma, el sentido de la vida y la existencia, etc... cuando en realidad la filosofía es la disciplina (y el ejercicio intelectual subyacente) que con mayor propiedad aborda estos problemas y evalúa, critica, compara y repara las posibles respuestas a ellos (¡y a muchos otros!). Por lo tanto, no se es filósofo sólo por tener una opinión (por muy completa que sea) acerca de, por ejemplo, el sentido de la vida; un filósofo es una persona que se ha entrenado en pensar acerca de estos problemas y conoce sus dificultades, sus trampas, y puede reconocer las buenas respuestas de las malas (sí, y lo siento si hiero la sensibilidad de alguien, pero hay respuestas que son malas, y muy malas: aquí no vale para cada uno lo que cada uno piense).
Un perro que se parece a Platón
(en la humilde opinión de su dueño) - Internet

Esta es la confusión que subyace en usos corrientes de la palabra filosofía tales como: "su filosofía de vida es tal-y-tal", o "renunció porque estaba en desacuerdo con la filosofía de su empresa". Por lo general esto cubre cierto tipo de creencias que nosotros investigamos, tales como los compromisos ontológicos (las cosas que hay en el mundo y sus propiedades) o los presupuestos epistemológicos (la disposición al conocimiento y lo que estamos dispuestos a aceptar de él) o las implicancias éticas (las consideraciones en torno al bien, la libertad y la responsabilidad ante los actos) que están a la base ("fundamento" en el buen sentido) de las creencias que cada uno de nosotros tiene (aunque no siempre estemos conscientes de ello). Pero la filosofía no son estas creencias, sino más bien es el ejercicio de pensar (sistemática y rigurosamente) acerca de ellas.

Por supuesto que todos querríamos ser buenos pensando estas cosas, y tener opiniones sofisticadas y elegantes en torno a estos problemas "fundamentales", pero no menos que lo que a mí me gustaría saber de nutrición para comer bien, o de kinesiología para no dañar mi cuerpo con malas posturas, o de economía para que los comerciantes y los banqueros no me hagan leso. Muchas personas no están interesadas en la filosofía, pero muchas otras no están interesadas en la medicina, o en las leyes, o en el fútbol. Estoy casi completamente seguro de que saber de muchos temas nos hace más cultos, y el tener opiniones mesuradas y probadas por una rica experiencia de vida nos hace más sabios, pero no creo que nadie sea más tonto que el resto por no saber algo. Una persona puede ser un verdadero sabio en muchas cosas y no tener la más mínima idea de computación, por ejemplo.

(Próximamente publicaré un artículo completo dedicado a qué es la filosofía y qué es lo que hace un filósofo. Se los prometo)

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